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La progresiva reducción de emisiones a la atmósfera ha tomado protagonismo tanto en el ámbito empresarial, como entre los objetivos que se marcan numerosos países. También acapara más atención en las conversaciones y entre las inquietudes de la ciudadanía. El año pasado, conocimos que el cambio climático es el reto global que más preocupa a los españoles, según el informe ‘Transatlantic Trends’ del German Marshall Fund.
Limitar la subida de las temperaturas a 1,5 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales ayudaría a evitar las consecuencias del cambio climático, lo que implica un ambicioso objetivo, como indicó el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) en 2018: ser neutros en carbono para el año 2050.
La tarea no es sencilla. Principalmente, debido al alto nivel de incertidumbre que afrontamos al plantearnos la cuestión. Esta incertidumbre adopta muchas formas. Por ejemplo, debemos tener en cuenta la volatilidad de precios y el complejo escenario geopolítico actual, la disponibilidad de fondos y ayudas a la descarbonización o la competitividad de las soluciones, entre otros factores. También, cambios en el régimen normativo y fiscal que rige los planes de descarbonización. Y, por supuesto, cabe preguntarse: ¿posee la tecnología el nivel de madurez necesario? Y, en caso de que no, ¿podrá tenerlo en el plazo que esperamos?
Madurez tecnológica: distintas velocidades para distintos casos
Cuando nos referimos a la descarbonización, desde el punto de vista tecnológico o de la ingeniería, ya existen una multitud de tecnologías en el mercado, con diferentes grados de madurez. Desde el desarrollo de electrolizadores para la generación de hidrógeno renovable al uso de microondas para el mismo fin, pasando por cualquier tipo de generación de energías renovables y llegando hasta la captura, almacenamiento y transporte de CO2. Unas acaparan más atención que otras. Asimismo, unas están asentadas y su uso es extendido, mientras que otras están en fase de desarrollo.
A la vista de los avances en diversos campos técnicos, todo parece indicar que el futuro no estará determinado o condicionado por el desarrollo de una única solución o tecnología, sino por un conjunto de ellas, adaptadas a cada caso de uso, proceso productivo y contexto.
En este sentido, entre algunos de los interrogantes que cualquier organización debe despejar a la hora de avanzar en su descarbonización, se incluyen la posibilidad de electrificar su consumo energético, de aplicar nuevos combustibles o la capacidad de recuperar el calor residual en sus procesos (y qué hacer con él) o de almacenar energía (y cómo). Como se indicaba anteriormente, no hay una solución única para todos los casos, sino que serán estos, en función de sus particularidades, los que condicionen cómo podemos llegar al objetivo que nos planteemos.
Por esta razón, antes de acometer un proyecto de descarbonización, conviene realizar un estudio conceptual, pero con la suficiente profundidad para poder tomar decisiones adecuadas en cuanto a la ruta óptima que seguiremos. Alcanzar el final de esta ruta supone un trabajo previo de análisis detallado de los procesos industriales y del balance energético (análisis del consumo, de las condiciones y temperaturas necesarias, la simultaneidad entre generación y consumo…).
Solo una vez realizado dicho estudio, podremos determinar las mejores herramientas para un caso concreto… o descartar aquellas que nos resulten poco prácticas. Y no solo eso, sino que también seremos capaces dimensionar el alcance de los sistemas que desplegaremos.
Objetivos, expectativas y resultados: ¿qué debemos esperar de la tecnología?
Tratar a la tecnología como un fin en sí mismo es un error más común de lo que podamos pensar. Sin una imagen panorámica que nos aporte suficiente detalle como para tomar las decisiones adecuadas y entrar en siguientes fases de desarrollo, nuestra visión puede entorpecerse por los potenciales beneficios de una tecnología concreta, sin contar con los lastres que puede acarrear para nuestro caso específico. Dos herramientas pueden servir para el mismo fin, pero no por ello han de ser igualmente apropiadas para un trabajo concreto.
Por ello, cada vez más, los proyectos de generación y gestión de energía requieren de un conocimiento agnóstico de la tecnología; es decir, que consideren varias soluciones distintas, pero también suficiente comprensión de la vanguardia tecnológica y los nuevos casos de uso en el sector. En un contexto marcado por el cambio, esta es una labor que requiere plena atención y seguimiento a las últimas tendencias, por lo que, cada vez más, las empresas necesitan contar con un asesoramiento experto, en contacto con las realidades, beneficios y condicionantes de las tecnologías disponibles.
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Autor
Borja Herrazti
Borja Herrazti es ingeniero de procesos termodinámicos en Sener. Cuenta con una dilatada experiencia de más de 20 años en proyectos y desarrollos relacionados con la energía termoeléctrica. Colaborador habitual de Escuelas de Ingeniería del entorno, actualmente su actividad se centra principalmente en la descarbonización de necesidades energéticas en el ámbito industrial.