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El cambio climático es uno de los mayores desafíos que afrontamos como sociedad, a nivel global. Más concretamente, en el caso de Europa, se han establecido ambiciosos objetivos, como alcanzar la neutralidad climática en el continente para 2050 poniendo el foco sobre la necesidad de avanzar hacia una economía descarbonizada. Y ya es una cuestión sujeta a escrutinio y rendición de cuentas: la Directiva de Reporte de Sostenibilidad Corporativa (CSRD) establece la obligación de informar y tomar acciones concretas en materia de sostenibilidad. Esto, sin duda, requerirá la presencia a gran escala de fuentes renovables, cuya aportación es innegable en lo que respecta a la conservación del medioambiente.
No obstante, este despliegue no está exento de retos en cuanto a la operación del sistema energético. Estamos viendo cómo dichos retos están obligando a la modernización y actualización del sistema que, como es lógico, fue diseñado para dar cabida a tecnologías convencionales; a medida que innovamos y la tecnología madura, el sistema cambia.
El kilovatio más verde es el que no se utiliza. Partiendo de esa base, la gestión energética, como serie de acciones y procesos que buscan optimizar la generación y el consumo energético, es una importante cuestión a la hora de racionalizar y reducir costes sin perjuicio para el usuario.
Sin embargo, la generación de energía renovable en origen es en gran medida no gestionable: cuando no hay sol, no hay producción fotovoltaica y lo mismo sucede con la ausencia de viento y la eólica. Este ha sido, históricamente, el gran reto de las renovables: su disponibilidad. Y algo similar sucede con el consumo, pues varía en función del elemento productivo asociado, ya sea un entorno industrial o el consumo doméstico.
¿Cómo, entonces, es posible transformar estos dos flujos (generación y demanda) en elementos gestionables? La respuesta está en la capacidad de disponer de activos o mecanismos que permitan desacoplar a ambos de sus fuentes, ya sea por medio de sistemas de almacenamiento, regulación de carga, hibridación del mix energético… y, junto con ello, es imprescindible integrarlo con herramientas de gestión de energía que permitan controlar estos sistemas y orquestar los flujos resultantes.
Por ello, cada vez será más importante contar con estas herramientas de gestión energética adecuadas, que serán más y más comunes, interactuando junto a nuevos (o no tan nuevos, pero progresivamente más consolidados) paradigmas y esquemas (generación distribuida, autoconsumo, almacenamientos behind the meter o front the meter…), actores (prosumidores, comunidades energéticas, agregadores de demanda…) y mercados (de capacidad, flexibilidad en la demanda…).
Estos cambios serán sin duda positivos. Presentan retos, pero nos aportarán autosuficiencia, autonomía y resiliencia al cambio, pensemos, por ejemplo, en las tecnologías de almacenamiento y su capacidad de servir como respaldo en momentos en el que un sistema queda sin suministro.
Gestionabilidad más allá de la operación
En el mercado de las infraestructuras, la metodología BIM y los gemelos digitales son de gran utilidad para realizar simulaciones que permitan trabajar de manera más eficiente y cercana a la realidad sobre el terreno. En el campo energético, sucede algo similar. En el caso de la gestionabilidad, además de las operaciones, las herramientas de simulación permiten trabajar sobre dicha operativa e incluso realizar pronósticos de cara a una futura gestión energética.
Esto es especialmente útil, por ejemplo, para determinar el tamaño óptimo de cada activo de manera combinada y en función del objetivo buscado, desde maximizar ingresos a reducir costes, pasando por reducir la huella de carbono o alcanzar un grado determinado de autosuficiencia o independencia energética.
En este ámbito, Sener ha desarrollado una herramienta propia para el diseño y dimensionamiento optimizado de activos energéticos (DAE) via simulación, junto con un EMS (Energy Managment System) para operar y permitir gestionar en tiempo real y de forma óptima diversos activos energéticos y sistemas de almacenamiento de forma conjunta y óptima. Este tipo de soluciones cumplen con tres objetivos:
- Optimizar, en tiempo real, la operación combinada entre la generación, el almacenamiento y demanda energética de las diferentes instalaciones, de manera integrada.
- Aprovechar al máximo los recursos de las propias instalaciones, ayudando a alcanzar mayores niveles de eficiencia energética y autosuficiencia y a minimizar costes y degradación de equipos.
- Obtener una visión de conjunto: para poder tomar decisiones, lo más importante es contar con datos fiables. La tecnología ya permite monitorizar la gestión energética en tiempo real. Y no solo saber qué ha sucedido o qué está sucediendo, sino realizar análisis predictivos que permitan al usuario anticiparse a potenciales escenarios.
En definitiva, tener la capacidad de gestionar de manera eficaz e integral los sistemas energéticos es un elemento diferencial en la búsqueda de la tan ansiada eficiencia energética. Más si cabe, en un momento de cambio tecnológico, pero también de decidida apuesta por la transición energética.
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Josu Arana
Más de veinte años de experiencia como ingeniero eléctrico relacionado con el diseño eléctrico en las áreas de energía, industrial y de infraestructuras y como ingeniero de proyecto en EPC (proyectos llave en mano) en plantas de generación de energía eléctrica. Entre los proyectos en los que ha participado, figuran la planta termosolar NOORo II (Marruecos), el EPC de la planta de generación con biomasa de Ence en Huelva o la planta de ciclo combinado de Boroa. Actualmente, lidera el área de tecnología de gestionabilidad energética tras un periodo como responsable de la disciplina eléctrica.